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Virgen María.

jueves, 22 de abril de 2010

La palabra labrada.

Había una vez un hombre que cultivaba su terruño y criaba animales, que hacía sus mates todos los días a las 5 de la tarde y siempre tenía algo para leer o escribir, pero un día se dio cuenta que estaba vacío, pues si bien Dios le había dado tierras para labrar y animales que cuidar y muchos libros para leer, también le había dado un corazón virgen, es decir: un corazón no labrado.
Entonces le preguntó a Dios:
-¿Por qué me haces sufrir así, Dios Padre, porqué no tiene frutos mi alma, por qué cosecho tantas frutas y verduras del campo que me diste, y sin embargo mi corazón sigue vacío?
-Es que todavía no haz aprendido a hablar- le contestó Dios.
-¿Cómo que no se hablar? Desde los 3 años que sé hablar?!!
- No me refiero a las palabras que dices de la boca para afuera, sino de las palabras que salen de la boca para adentro, me refiero a que aprendiste a labrar la tierra de tus campos pero a la tierra de tu alma, te la haz olvidado por completo.
- ¿Pero si voy todos los domingos a Misa y los viernes visito a los ancianos del geriátrico, y siempre que puedo doy limosnas holgadas a los pobres?
- No me refiero a tu vida de relación, querido hijo, me refiero a tu vida de relación con tigo mismo, pues te dí un terreno fértil para que cultivaras tus verduras pero también te di un corazón virgen para que lo cultivaras, para que labraras las palabras que lo hacen fructificar para adentro y no tan solo para afuera.
Entonces, fue así que nuestro amigo se despidió de Dios y se comprometió a usar su mente como cómo si fuese un arado de metal y a su corazón como si fuese la tierra que cultiva con ese arado, y sucedió que muy pronto su corazón empezó a llenarse de palabras labradas llenas de frutos espirituales, para todos y por sobre todo para él mismo y para Dios.


De Nicolás José Neville (Juan de Dios). 22/04/10

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